#Chernobyl #radiation #home # Chernóbil #radiación #hogar #切尔诺贝利#辐射#家 180514
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The Apocalypse of Saint John narrates a terrifying prophecy about the end of time: “A star burning like a torch fell from the sky… The star is called Wormwood… and many people died from the waters, which had turned bitter.” The fascinating fact about the prediction is that the Ukrainian translation for wormwood is chernobyl. The Chernobyl disaster took place on April 26, 1986, during a nighttime safety test that simulated a blackout. The explosion of reactor 4 expelled an amount of radiation hundreds of times greater than the atomic bomb of Hiroshima. In the days after the disaster, an exclusion zone was established around the nuclear power plant and more than 100,000 people were evacuated. The evacuation affected the cities of Prypiat and Chernobyl, and dozens of villages that populated the area. The Soviet authorities told the population to take only minimal belongings, as they would only spend three days in Kiev. However, the exclusion zone hasn’t been lifted thirty years later and has increased in area over time in parts of Ukraine and Belarus.
Despite the constant threat of radiation and the warning from the authorities to stay away from the area, there are people living inside the exclusion zone. They are known as samosely, which means colonists. These are people who, at the time of the evacuation, refused to leave their homes or who returned to them over the years. They are technically illegal citizens in houses that have belonged to them and their families for generations. The samosely don’t just live in the exclusion zone, they cultivate the soil, fish, and drink the water from their rivers despite it being lethally polluted for millennia. Yet, they live. In 2012, it was estimated that there were about two hundred samosely scattered around the nuclear power plant. Most of them are elderly people with a strong attachment to the place, although there is evidence of a birth that occurred in August 1999 in the area. The girl was born healthy, but at the age of seven, she had to move to a town outside the exclusion area to attend school. The persistence of the samosely led the government to grant them an unofficial permit to continue inhabiting the exclusion zone.
The reason that led so many people to risk their lives to continue inhabiting a devastated area is simple: it is their home. The Soviet authorities assumed that all those citizens, mostly peasants from villages, would live better in Kiev. They were housed in blocks with the characteristics of the communist typology of the time. Impersonal buildings, without identity, homogeneous and homogenizing blocks. The evacuated inhabitants also received discrimination from the rest of the Ukrainian citizens. The stigma of the disaster always accompanied them. All these factors led them to the conclusion that a hard and risky life in the radioactive zone was more convenient for them than in a consolidated and full-service metropolis. Many traveled the hundreds of kilometers that separated them from home on foot, but finally they reached the place where they belonged, they reached their home.
The samosely have become an attraction amidst the tourist boom that the area is experiencing. They exude a striking exoticism in an apocalyptic scenario filled with abandoned buildings, amusement parks swallowed by nature, and personal objects left behind like bubbles that have barely been touched by time. The trivialization of mass tourism often makes us forget the valuable life lessons that these returnees can teach us. Paradoxically, the life expectancy of the samosely is higher compared to that of people from the same generation who were evacuated and remained in Kiev. This can be attributed to alcohol abuse, mental disorders arising from isolation and uprooting, and soaring suicide rates that explain the inexplicable. The samosely have returned to a reality tainted by a tangible demon known as radiation, but they have managed to impose themselves on it, unlike their peers who failed to overcome a comfortable yet abstractly melancholic reality. For the samosely, the only variable they considered was whether a place was habitable or not, based on whether it was their home or not. They fiercely defend their reality and routine, even against all odds, continuing to do so to this day.
El Apocalipsis de San Juan narra una profecía aterradora para referirse al fin de los tiempos: «Cayó del cielo una estrella ardiendo como una antorcha… La estrella se llama Ajenjo… y mucha gente murió por las aguas, que se habían vuelto amargas». Lo fascinante de la predicción es que la traducción ucraniana para ajenjo es chernobyl. El desastre de Chernobyl se produjo el 26 de abril de 1986, durante una prueba de seguridad nocturna que simulaba un apagón. La explosión del reactor 4 expulsó una cantidad de radiación cientos de veces superior a la de la bomba atómica de Hiroshima. En los días posteriores al desastre se estableció una zona de exclusión en torno a la central nuclear y se evacuó a más de cien mil personas. La evacuación afectó a las ciudades de Prypiat y Chernobyl, y a decenas de aldeas que poblaban la zona. Las autoridades soviéticas indicaron a la población que cogieran unas pertenencias mínimas, pues tan solo estarían tres días en Kiev. Sin embargo, la zona de exclusión sigue sin levantarse treinta años después y ha ido incrementando su superficie con el tiempo en zonas de Ucrania y Bielorrusia.
A pesar de la amenaza constante de la radiación y del apercibimiento de las autoridades para mantenerse alejados de la zona, viven habitantes en la zona de exclusión. Se les conoce como samosely, que quiere decir colonos. Gente que en el momento de la evacuación se negó a abandonar su casa, o que volvió a ella con el paso del tiempo. Técnicamente son ciudadanos ilegales en casas que les han pertenecido tanto a ellos como a su familia durante generaciones. Los samosely no se limitan a vivir en la zona de exclusión, cultivan el suelo, pescan y beben el agua de sus ríos a pesar de estar letalmente contaminada durante milenios. No obstante, viven. En 2012 se calculaba que había cerca de doscientos samosely desperdigados por las cercanías de la central nuclear. En su mayoría son ancianos, gente con un fuerte arraigo al lugar, aunque se tiene constancia de un nacimiento ocurrido en agosto de 1999 en la zona. La niña nació sana, aunque a los siete años tuvo que mudarse a una localidad ajena al área de exclusión para asistir al colegio. La persistencia de los samosely llevó al gobierno a otorgarles un permiso extraoficial para continuar habitando la zona de exclusión.
El motivo que llevó a tanta gente a arriesgar su vida para continuar habitando una zona devastada por el veneno y la catástrofe es sencillo: aquel es su hogar. Las autoridades soviéticas dieron por hecho que todos aquellos ciudadanos, en su mayoría campesinos provenientes de aldeas, vivirían mejor en Kiev. Los alojaron en bloques afines a la tipología comunista de la época. Edificios impersonales, sin identidad, bloques homogéneos y homogeneizadores. Los habitantes evacuados recibieron además una discriminación más letal que la radiación por parte del resto de la ciudadanía ucraniana. El estigma de la central les acompañó siempre. Todos esos factores les llevaron a la conclusión de que les era más conveniente una vida dura y arriesgada en la zona radioactiva que en una metrópolis consolidada y plena de servicios. Muchos de ellos recorrieron los cientos de kilómetros que les separaban de casa a pie, pero finalmente llegaron al lugar al que pertenecían, llegaron a su hogar.
Los samosely se han convertido en una atracción más en el auge turístico que está experimentando la zona. Son un exotismo llamativo en un escenario apocalíptico repleto de edificios abandonados, parques de atracciones devorados por la naturaleza y objetos personales abandonados como burbujas por las que apenas ha pasado el tiempo. La banalización del turismo de masas hace que se olvide la lección de vida que los retornados nos enseñan. Paradójicamente, la expectativa de vida de los samosely, comparada con gente de su misma generación, es superior a la de aquellos que fueron evacuados y permanecieron en Kiev. El abuso de alcohol, los trastornos mentales generados por el aislamiento y el desarraigo añadidas a unas tasas disparadas de suicidio explican lo inexplicable. Los samosely regresaron a una realidad contaminada por un demonio tan real en términos de tangibilidad como la radiación, pero se impusieron a ella, mientras que sus semejantes no lograron derrotar una realidad confortable, pero contaminada por algo tan abstracto como la tristeza. Para ellos la única variable para considerar lo que era habitable o no, era su hogar. Allá donde estuviera su hogar defendieron su realidad rutinaria, y siguen haciéndolo hoy en día contra todos los pronósticos.
圣约翰启示录》讲述了一个关于时间的终结的可怕预言:“一颗像火炬一样燃烧的星星从天上掉下来了……这颗星星被称为艾草……许多人死于水,这已经变得痛苦了。 ”关于该预测的一个有趣的事实是,乌克兰对艾草的翻译是切尔诺贝利。切尔诺贝利灾难于1986年4月26日发生,当时进行了模拟停电的夜间安全测试。 4号反应堆的爆炸排出的辐射量是广岛原子弹的数百倍。灾难发生后的几天,在核电厂周围建立了禁区,并疏散了10万人。疏散影响了普皮亚特(Prypiat)和切尔诺贝利(Chernobyl)的城市,以及数十个村庄。苏联当局告诉民众不要带些小东西,因为他们只会在基辅呆三天。但是,禁区在30年后仍未取消,并且随着时间的推移,乌克兰和白俄罗斯的部分地区的面积有所增加。
尽管不断受到辐射威胁,而且当局警告要远离该地区,但仍有一些人居住在禁区之内。他们被称为samosely,意思是殖民者。疏散时拒绝离开家园或多年来返回家园的人。从技术上讲,他们是属于他们及其家人几代人的房屋中的非法公民。固执的不仅生活在禁区,他们耕种土壤,养鱼并喝着河水,尽管受到了数千年的致命污染。他们还活着。 2012年,据估计在核电站周围散布了约200个弯头。他们中的大多数是老人,对该地区有强烈的依恋,尽管有证据表明该地区于1999年8月出生。这个女孩出生时很健康,但在七岁的时候,她不得不搬到禁区外的一个小镇上学。坚持不懈的态度导致政府向他们授予了非官方许可,使其可以继续居住在禁区。
导致如此多的人冒着生命危险继续居住在受灾地区的原因很简单:这就是他们的家。苏联当局认为所有这些公民,主要是村庄的农民,在基辅的生活会更好。他们被安置在具有当时共产主义类型特征的街区中。没有身份的非人为建筑物,均质且均质的块。撤离的居民也受到了其余乌克兰公民的歧视。灾难的污名总是伴随着他们。所有这些因素导致他们得出结论,与在合并的,提供全面服务的大都市中相比,放射性区域的艰苦而危险的生活对他们而言更为便利。许多人走了几百公里,使他们步行离开了家,但最终他们到达了自己的住所,回到了自己的家。
弯腰已成为该地区正在经历的旅游热潮中的一个吸引力。在世界末日的场景中,它们充满了废弃的建筑物,被大自然吞噬的游乐园以及像气泡一样留下的几乎没有时间的私人物品,是一种惊人的异国情调。大众旅游的琐碎化使我们忘记了海归教给我们的人生教训。自相矛盾的是,相较于同一代人,相亲人的预期寿命要高于那些被疏散并留在基辅的人的预期寿命。酗酒,孤立和连根拔起导致的精神错乱加剧了自杀率的上升,这是无法解释的。弯腰回到了一个现实,被一个恶魔污染了一个真实的东西,就像辐射一样,但是他们强加了自己,而他们的同伴却没有击败一个舒适的现实,但是却被一个抽象的东西(如悲伤)污染了。对他们而言,唯一考虑是否适合居住的变量是他们的住所。无论他们的家在哪里,他们都捍卫自己的例行现实,并在今天不遗余力地继续捍卫自己的生活。